lunes, 25 de mayo de 2015

PALABRAS SOBRE LAS INSTITUCIONES

Lic. Marcelo Percia[1]

Circulan diferentes ideas para pensar las instituciones. Teorías que las estudian como si fueran objetos o que tratan de volver inteligible su cosa interior. Que clasifican contradicciones, que trazan curvas de problemas, o que organizan mapas en los que distinguen tramas formales, informales o fantásticas, Propuesta que explican las cuestiones institucionales de un modo razonable.

Preferimos pensar que una institución es un barullo devastador. Un estallido que (desencadenado) arrasa con clasificaciones, estadísticas y esquemas. Un hervidero de desconfianzas y complicidades. Un sonido hueco de verdades establecidas y un crujido de saberes estremecidos. Un pulso de confusiones y heterogeneidades disimulado detrás de hábitos y normativas.

La interrogación por las instituciones educativas se pregunta cómo escuchar algo, de ese atemperado alboroto, en voces de alumnos y maestros, directivos y personal empleado. Imaginamos el análisis de la institución educativa como entrada a lo inaudito. Como estampida de pensamientos que persiguen actos sin nombre. Pero ¿cómo abrir los oídos para sentir algo inabarcable y no del todo razonable? Es infrecuente que algunos afectos encuentren oportunidad para decirse en los espacios institucionales. Entendemos que las preguntas por la institución educativa deben atender a la palabra de los que trabajan, enseñan, aprenden y transitan por ella. Porque el alma de la escuela habita el cuerpo de la gente y se agita en voces que tiemblan.

Interrogar a la institución educativa es, también, desatar lenguas: compartir palabras y poner nombres a nuestros actos. Pero ¿cómo ejercitar el desatado en las instituciones? En cuestión de lenguas conviene andar con cautela. No se trata de tirar de la lengua, sonsacar algo por medio de la persuasión o la fuerza. O de barrer con la discreción de algunos que se muerden la lengua para que no se escape eso que temen decir. O a las malas lenguas que murmuran daños a espaldas de sus oponentes. Ni a las lenguas almibaradas que ponen palabras dulzonas en los oídos de la autoridad. Tampoco se trata de premiar lenguas voluntaristas que trabajan sin descanso,  aisladas y solitarias. Tal vez el análisis del a institución educativa deba pensarse como posibilidad de propiciar grupos en estado de palabra. Una institución pensada como los posibles estados de palabras de sus grupos. O como los estados de acallamiento de sus grupos. O como los estados de murmuraciones de sus grupos. O como estados de silencio.

La institución como espacio deliberativo: Se podrían pensar las instituciones como espacios de control, como espacios de encierro, como espacios de adiestramiento, como espacios de liberación.

 

Si el término adiestramiento se asocia con las ideas de aleccionar (instruir consejos), disciplinar (impartir órdenes y normativa) o amaestrar (ejercitar habilidades en criaturas inferiores), podríamos interrogar en qué condiciones la institución educativa se ofrece como espacio para hablar y un tiempo para pensar con otros. En qué condiciones se presenta como espacio deliberativo. Como extensión para tratar, entre varios, los pro y los contra de un asunto. Como modo colectivo de liberar lo que vive callado en palabras y en actos usuales.


¿Cómo pensar en las instituciones? Pensar es rodear una cosa de vacilación. Desestabilizar su orden o poner a trabajar sus indecisiones. Zarandear circunstancias, sacudir sensibilidades o desgarrar hábitos. Muchas rutinas institucionales no admiten discusión. Son marchas incuestionadas, expectativas cubiertas de inmovilidad y aprendizajes sin pensamientos. Quizá pensar sea compartir una perplejidad. Reponer vacío disimulados por la reiteración de lo común. A veces, los grupos institucionales sólo exhiben automatismos logrados. Costumbres que hacen alarde de su fuerza. Explicaciones que afirman que algo se hace porque se hace, porque se hizo siempre o porque es así. Y, a veces, los grupos institucionales son campamentos para intimidades desorientadas. Ocasiones para voces indignadas contra lo establecido. Orillas a las que llegan turbaciones y desconciertos. Pero ¿cómo se practica, en una institución educativa, la recepción de lo no declarado? Los grupos escolares cuando se abre paso a la expresión de un malestar, ¿actúan como espacios de contravención institucional?

Las formaciones grupales en las instituciones no configuran los paisajes ordenados, disciplinados, y coordinados que sugieren los manuales de dinámica de grupos. Los grupos son estados de la institución. En este sentido, lo grupal (al menos, en este sentido) es una figura no lograda. No confío en descripciones de fases para sus procesos. Esquemas que dicen qué hay que hacer para que esos conjuntos alcancen madurez. Maniobras que faciliten su evolución. Instrucciones para doblegar fragmentaciones y aislamientos.

Conozco, en cambio, lo grupal como turbulencia. Como encuentro efímero. Como resorte que descentra. Como coincidencia que se disuelve. Como producción y recepción que se distribuye de manera desigual. Como cuerpo desarticulado y movedizo. Como unidad de lenguas sueltas y ojos desorbitados, mentes frías y pensamientos estremecidos. Como embrollo que no parece seguir reglas. Como búsqueda, obstinada, de comunicaciones que no alcanzan.

Propongo esta conjetura: la violencia en las instituciones educativas tiene relación con el quiebre de la palabra. El  aprendizaje institucional es también una ocasión para la experiencia de la palabra. La palabra dicha y la palabra escuchada entre muchos que se reconocen atravesando problemas comunes. Palabra entre semejantes como experiencia de aprendizaje en la institución educativa.




[1] Licenciado en Psicología (UBA – 1979), Psicoanalista y Ensayista. Autor de numerosos artículos y publicaciones sobre el aporte de la psicología al análisis de las instituciones educativas

martes, 3 de febrero de 2015

La evaluación en el proceso de enseñanza – aprendizaje:
algunas consideraciones en vista a lograr un proceso realista e integrado.


1.-¿Qué es evaluar?

1.a-Nuestra vida cotidiana.

            Nuestra vida cotidiana está impregnada de relaciones. En tanto nos relacionamos no solo ponemos a prueba a aquel que es objeto de nuestra relación, sino que, y sobre todo, nos ponemos a prueba a nosotros mismos. Por el solo hecho de ser sociales y de estar en comunicación nos estamos comparando. (“Acto de confrontar varias ideas u objetos entre sí a fin de subrayar sus diferencias y semejanzas”)

            Podemos asegurar que la comparación permite el diferenciarnos de los demás y, por ende, el identificarnos como unidad con nosotros mismos.

            Evaluamos cotidianamente en tanto que comparamos; y esta comparación va unida indisolublemente a una valoración. (Señalar a una cosa el valor correspondiente”.)

            Deseo mostrar como la evaluación (comparar y valorar) es una práctica psicológica que realiza a diario todo hombre en sus relaciones habituales.

Podemos preguntarnos ahora: ¿es posible realizar  el paso de una práctica psicológica habitual a una práctica pedagógica sistematizada? 


1.b-Hacia un concepto pedagógico de «evaluación».

Cuando evaluamos estamos realizando tanto una medición (entendida en el sentido amplio, como recogida de información) como una valoración. Una y otra dimensión cumplen funciones diferentes en el proceso total de evaluación. A través de la medición nosotros constatamos el estado actual del objeto o situación que queremos evaluar. A través de la valoración realizamos una comparación entre los datos obtenidos en la medición que reflejan el “cómo es” del aspecto a evaluar y unos determinados parámetros de referencias que reflejan el “cómo era” o el “cómo debería ser” dicho aspecto. Una y otras dimensiones son necesarias para que exista una buena evaluación.

Podríamos definir evaluación:

 “Evaluar hace referencia a cualquier proceso por medio del que alguna o varias características de un alumno, de un grupo de estudiantes, de un ambiente educativo... reciben la atención del que evalúa, se analizan y valoran sus características y condiciones en función de unos criterios o puntos de referencia para emitir un juicio que sea relevante para la educación.”

“Es el conjunto de operaciones que tiene por objeto determinar y valorar los logros alcanzados por los alumnos en el proceso de enseñanza – aprendizaje con respecto a los objetivos planteados en los programas de estudio” (Carreño)

“ Es un proceso integral, sistemático, científico, gradual y continuo que comienza cuando se inicia el estudio de una situación  y se continúa a través de todo el proceso educativo, culminando con un análisis sobre el desarrollo intelectual, social, y mental del alumno” (Fermín)

Evaluar no es solo calificar y controlar los procesos de aprendizaje, ni elegir arbitrariamente unos contenidos relegando otros, tampoco es una forma de dominación para mostrar quién tiene el poder en el aula ni un mecanismo perverso de descalificación de los alumnos en función de los resultados finales. Una comprensión equivocada nos ha llevado a la situación actual de descrédito de la evaluación en todos los niveles, pero especialmente en el aula se ha convertido en el terror de los alumnos, tal vez por una incorrecta comprensión de la misma o por  la improvisación de los profesores que mecánicamente «toman prueba» pero no saben bien que evaluar o por desligar la evaluación del proceso de enseñanza aprendizaje.

Señalemos entonces los  usos pedagógicos de la evaluación:

a)    Creación del ambiente escolar: la evaluación repercute en las  relaciones sociales de aprendizaje. Nada de  lo que ocurre en el aula y en la escuela es ajeno al hecho de las actividades escolares que son potencialmente evaluables.

b)    Diagnóstico:  se la utiliza para conocer el progreso de los alumnos y el funcionamiento de los procesos de aprendizaje a fin de intervenir en su mejora: detectar el punto del que parte y establecer itinerarios de aprendizaje; conocer las condiciones personales, familiares y sociales por medio de entrevistas con los alumnos o los padres, cuestionarios,  test, etc.; tomar conciencia sobre el curso del proceso para detectar errores, carencias, incomprensiones; se puede diagnosticar también cualidades, intereses, hábitos de trabajo, nivel de destrezas, etc.

c)    Formativo y sumativo: La evaluación con finalidad formativa es aquella que se realiza con el propósito de favorecer la mejora del proceso de aprendizaje mientras éste transcurre. Esta evaluación aplicada en el aula hay que asociarla a la evaluación de carácter continuo, dependiendo más bien de instrumentos informales o poco elaborados relacionada con las capacidades diagnósticas de los profesores. En cambio, la pretensión de la evaluación sumativa es determinar niveles de rendimiento y hace referencia al juicio final de un proceso que ha terminado y sobre el que se emite una valoración final. Su preocupación es poder decir cuánto a aprendido o progresado el alumno.

d)    Afianzamiento de aprendizaje: la evaluación tiene efectos sobre el proceso de seguir aprendiendo: reactivar o consolidar un recuerdo, brindar posibilidades para retenerlo,  centrar la atención sobre un contenido importante y dar información sobre el mismo, incrementar el dominio de lo aprendido,  aplicar en contextos diferentes y de diversas formas lo aprendido, etc.

e)    Función orientadora: la evaluación, al  poder detectar cualidades para el trabajo escolar descubriendo sus competencias más importantes, es una guía para que los profesores, los padres, y los alumnos mismos, tomen decisiones apropiadas en la elección de tipos de estudios, de materias, de temas optativos, modalidades de trabajo, etc.


1.c- Un peligro: el poder político de la evaluación

Señalamos el paso que se da desde el proceso psicológico – asistemático y espontáneo – al proceso pedagógico – sistemático y formal - como un proceso lógico dentro del desarrollo de la enseñanza y su posterior institucionalización, siendo necesario examen para poder acreditar lo enseñado y, por ende, lo aprendido.
Pero también debemos hacer notar un peligro latente en esta situación: pasar del proceso pedagógico a considerar la evaluación como un instrumento de poder, como un ámbito desde el cual el docente puede ejercer el poder político  de la evaluación. Sobrados serían los ejemplos,  y las frases dichas por los docentes, que podríamos dar  en este caso.

De esta manera “el examen combina las técnicas de la jerarquía que vigila y las de la sanción que normaliza. Es una mirada normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar. Se diferencia a los individuos, pero también se los sanciona. En el examen se une la ceremonia del poder y la forma de la experiencia, el despliegue de la fuerza y el establecimiento de la verdad. La superposición de las relaciones de poder y las relaciones de saber  adquiere en el examen toda su notoriedad visible”.

El docente puede (y suele) utilizar la evaluación como un medio desde el cual controlar la disciplina, ordenar el desarrollo de su clase, garantizar la atención y el cumplimiento permanente de lo exigido durante el desarrollo de la unidad y, lo que es más lamentable, establecer la distancia con sus pupilos de tal manera que no pueda ser cuestionada su labor. También de esto sobran ejemplos.

Si   no es posible que el alumno pueda vivir la evaluación como un paso (útil y necesario) dentro de todo el proceso de aprendizaje; si no es posible que el alumno aprenda de sus errores y desaciertos; si no es posible que el alumno  pueda reformular sus conocimientos sobre la base de lo aprendido gradualmente; si no es posible que el docente no sienta la presión ( ¿ y la inseguridad interior?) de controlar y dominar las relaciones grupales “artificialmente”; si no es posible que el docente piense que es necesario bajar del “pedestal del saber” para continuar aprendiendo; entonces es posible que nuestras actitudes frente a la  evaluación estén mas centradas en las coacciones de poder que en sus potencialidades  pedagógicas.   


1.d- La evaluación como proceso y/o sistema dentro del camino del aprendizaje.

No podemos dejar de señalar la naturaleza procesual y sistémica de la evaluación. Podemos decir que la evaluación es  un proceso y está en proceso; es  un sistema y está en un sistema.

Pretendo señalar que cuando hablamos de evaluación no estamos hablando de un hecho puntual o de un acto singular; sino de un conjunto de pasos que se condicionan mutuamente. Este conjunto de fases se ordenan secuencialmente (son un proceso) y actúan integradamente ( son un sistema). Ya la vez la evaluación no es (no debería ser) algo separado del proceso de enseñanza – aprendizaje, no es un apéndice independiente en dicho proceso (está en ese proceso) y juega un papel específico con respecto al conjunto de componentes que integran la enseñanza como un todo (está en un sistema)

La evaluación no es ni puede ser un apéndice de la enseñanza ni del aprendizaje; es parte de la enseñanza y del aprendizaje: En la medida en que un sujeto aprende, simultáneamente evalúa, discrimina, valora, critica, opina, razona, fundamenta, decide, enjuicia, opta… entre lo que considera que tiene un valor en sí y aquello que carece de él. Esta actitud evaluadora es parte del proceso educativo que es continuamente formativo. (Álvarez Méndez)

Pretendemos sacar la evaluación de lugar en la que comúnmente la ubicamos: al final de una etapa de enseñanza y donde el alumno debe “demostrar” que ha aprendido y, en algunos casos, reproducir (repetir) lo enseñado por el docente.

¿Es posible pensar en la evaluación no como el final de un proceso sino como una herramienta de conocimiento?

Si el docente logra centrar más su atención en tratar de comprender qué y cómo están aprendiendo sus alumnos, en lugar de centrarse en lo que él les enseña, se abre la posibilidad de que la evaluación deje de ser un modo de constatar el grado en que los estudiantes han captado la enseñanza, para pasar a ser una herramienta que permita comprender y aportar a un proceso.

La evaluación se constituye en fuente de conocimiento y lugar de gestación de mejoras educativas si se la organiza en una perspectiva de continuidad. No nos basta solamente la distinción hecha con anterioridad en cuanto a los usos de la evaluación (diagnóstica, formativa y sumativa ) sin que es, tal cual lo señalado,  la  fuente  de las mejoras educativas y de la permanente retroalimentación del proceso enseñanza – aprendizaje en los docentes y sus alumnos.

2.- Tal vez no deberíamos utilizar la evaluación  como…

·         Un  instrumento disciplinario.
·         Un medio exclusivo para incentivar la tarea.
·         Un medio que desaliente a los mas dotados.
·         Un exclusivo instrumento de control.
·         Una barrera ante nuestros alumnos.
·         Uno de los tantos procedimientos empleados para lograr prestigio profesional (“la abundancia de notas bajas y aplazos me revelan como un docente exigente”) 
·         Un fin en sí mismo: que el alumno estudie solamente para sacar una buena nota o para acreditar la materia.


3.- Tal vez deberíamos utilizar la evaluación  como…

·         Un procedimiento comprensible y consistente, útil y necesario.
·         Un medio de información con un alto grado de objetividad.
·         La manera de poder realizar una mirada introspectiva sobre el propio dictado de la asignatura.
·         Una herramienta más dentro del camino de conocimiento del alumno.
·         La posibilidad de construir y reconstruir el conocimiento desde lo “ya aprendido”  y  en vista a lo “por aprender”