“LA CONSTITUCIÓN SUBJETIVA
DEL NIÑO Y EL ADOLESCENTE
EN LA INSTITUCIÓN ESCOLAR.”
La manera adultocéntrica de referirse
“despectivamente” a los modos de estar de los jóvenes no hace más que dejar a
los alumnos en la perplejidad antes los cambios sin poder articular otra
propuesta pedagógica – pastoral que no sea la apologética de valores,
creencias, contenidos, metodologías de “otra época”.
En general, las instituciones (escolares)
no están dando cuenta de la gran mutación cultural. Todavía siguen su ritmo
lento y cansino marcado por las tradiciones y los discursos instituidos.
Podemos pensar que falta conciencia profunda de la situación o no se cuentan
con los dispositivos necesarios para percibir el cambio. De manera tal que
puede parecer que no cambia nada o, lo que es más significativo, que los
cambios son sólo accidentales. [1]
Si pensamos que durante el proceso de la
edad escolar de los alumnos se ponen en juego gran parte de los aspectos que
influyen en la constitución de la personalidad del hombre y, por otro lado que
la escuela tiene un gran importancia en el despliegue de la vida anímica del
niño, del adolescente y del joven, sumado esto a que las constituciones familiares
actuales en muchos casos delegan en la institución escolar algunas funciones
las cuales les son propias, entonces nos detendremos a pensar que el ámbito
escolar se ha convertido en el escenario primordial de despliegue de los
procesos de constitución psíquica de nuestros alumnos. Esto no tira por la
borda los primeros años del niño ni la importancia de la educación familiar a
lo largo de todo su desarrollo personal; por el contrario lo asume y los
sostiene; pero sí destaca que la importancia de la escuela en cuanto su
influencia y condicionamiento para este despliegue es mucho mayor que tiempo
atrás
¿Qué procesos se dan en nuestros
adolescentes en el camino de identidad personal?
Podríamos sistematizarlos de muchas y
diversas maneras. Elegimos solo uno a modo de poder comprenderlos y analizarlos
en este camino que realizan nuestros alumnos:
1.-
La pregunta por el “¿quién soy?”: el desarrollo
humano no es un movimiento esquemático, lineal, absoluto; sino un continuo
caminar lleno de progresos, retrocesos y nuevos inicios que estarán presentes
durante toda la vida. La presencia de estos vaivenes son un claro indicador de
la madurez personal, dado que muestran la necesidad de recorrer un camino y de
una búsqueda en tensión. Cuando decimos “búsqueda en tensión” utilizamos la
imagen del peregrino que camina hacia el horizonte lejano. El horizonte será su
guía, pero no será su destino.
El horizonte será el faro pero los
destinos serán más cercanos y posibles de alcanzar. Este es el proceso de
madurez personal: destinos que vamos alcanzando en las distintas etapas de
nuestra vida y un horizonte que nos hace caminar hacia adelante. El horizonte
es la pregunta, y el intento de respuesta es: “¿Quién soy?” Por lo cual la
pregunta por el “quién soy” estará presente a lo largo de toda la vida de la
persona. No cambia la pregunta, cambian las respuestas. El camino de madurez
será poder dar respuestas adecuadas y acordes a la etapa vital que cada uno
esté transitando.
La pregunta quién soy no tiene una
respuesta en sí misma. Abre al adolescente a la mirada de otro que está a su
lado. En este reconocerse y distinguirse del otro se va esbozando un intento de
respuesta a la pregunta inicial.
La presentación que como educadores
realizamos a nuestros alumnos de un Dios
que es Padre, habilita también a un camino de respuesta personal de aquel que
se posiciona como hijo y en este ser hijo se reconoce.
Tanto “el otro” que está a mi lado, como
“el otro” que es Dios Padre, permiten reconocerse como “distintos de”, y
también posibilitan la necesidad de modelos identificatorios hacia los cuales
caminar en este proceso.
2.-
Los modelos identificatorios: la identificación es un
proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una
propiedad, un atributo de otro y se trasforma, total o parcialmente, sobre el
modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una
serie de identificaciones. Las
identificaciones se hacen hacia otro, el cual ejerce una importante influencia
(positiva o negativa) sobre el niño – adolescente. Estas identificaciones
permiten la aparición de ideales, de miradas críticas hacia la realidad y, obviamente
hacia sí mismo.
El educador, parte activa en este camino
de constitución psíquica del adolescente, está presente sirviendo de modelo de
identificación sea por rasgos de su personalidad o por su personalidad misma.
Este cotidiano relacionarse permite que el joven introyecte aspectos de sus
educadores. De aquí que la importancia de la relación educativa y la presencia
docente sea tan importante para el alumno. En el marco escolar y en su
despliegue cotidiano podemos denominarlo ampliamente “curriculum oculto”
La presencia de “falsos ídolos” también
juegan el papel de modelos identificatorios del adolescente. Es importante el
trabajo interior y sincero de una escala de valores en el joven que le permita
realizar un discernimiento axiológico sincero y acorde a los propios valores
internalizados tanto en la educación familiar como en la experiencia escolar.
¿Cuál podría ser la imagen que nos ayude
mejor a representar esto que explicitamos como identificación positiva? La
fotografía. En la fotografía veo al otro como distinto mío, pero en la misma fotografía
admiro lo que veo, deseo lo que veo e imito lo que veo. La foto es el modelo al
cual deseamos tender.
3.-
Me conozco y me acepto tal cual soy:
De este proceso de identificaciones hay
una vuelta sobre sí mismo para poder confrontarse y conocerse. Este
autoconocimiento se hace en referencia a otro. Este otro presente tiene que ver
con el núcleo familiar, el grupo de pares y los educadores presentes. La
“crisis” de la autoimagen abarca aspectos internos (la autoconciencia) y
externos (confusión respecto al futuro). Emerge en la confrontación inicial
entre ideal y realidad.
En esta confrontación es importante:
-
Aceptar la propia fragilidad. Reconocerse
vulnerable
-
Caminar hacia un mirada lo más certera
posible de la propia imagen.
El concepto de madurez en este recorrido
se fortalece desde el conocimiento “realista” que cada uno tenga de sí mismo.
Ni excesivamente narcisista ni absolutamente pesimista. El conocimiento
verdadero de las propias fortalezas y límites debe dar paso a una aceptación
sincera, a un planteo del verdadero punto de partida desde el cual puedo
construir una personalidad abierta y saludable y desde el cual podrá el
adolescente – joven enfrentar las distintas crisis (vitales o accidentales)
con capacidad de crecimiento y
superación.
¿Cuál podría ser la imagen que mejor nos
ayude a representar esto que explicitamos? El espejo. En el espejo nos
reflejamos tal cual somos, nos vemos a nosotros mismos, no podemos ocultar
nuestra propia mirada y debemos reconocer en la misma aquello que nos gusta y
lo que no nos agrada
¿A partir de qué criterios o experiencias
fundantes inicio este camino de madurez? De identificaciones positivas y sanas,
de reconocimiento y aceptación del propio yo y de aceptación de la presencia de
otro que el vínculo cotidiano se expresa como distinto pero en el mismo
movimiento me ayuda a reconocerme en la propia interioridad.
4.-
Construyo desde lo que soy: “El hombre maduro ama y
trabaja en libertad”; vamos recorriendo un camino donde podemos observar cuánto
hay de “proceso de construcción” en la
propia personalidad de nuestros alumnos. En este camino de construcción juega
un papel muy importante “el otro” como compañero de camino. Nos surgen las
preguntas:
- ¿me construyo con el otro?
- ¿me construyo desde el otro?
Una expresión de la madurez es haber
sabido integrar las propias capacidades humanas, expresadas en una armonía
interior; no existe una situación que no conlleve una elección, una
alternativa. Aún en el mundo líquido no
existe ninguna situación en la que no esté contenida más de una opción.[2]
Las elecciones, presentes en toda la vida,
incluyen un “no” que abre y posibilita “otros si” y también un “si” que debe
dejar consecuentemente de lado “otros no”. ¿Está preparado y dispuesto
dispuesto el adolescente hoy a realizar este tipo de elecciones a futuro?
Una mirada que no podemos dejar de poner
en evidencia, tiene que ver con algo que nos está pasando tanto en la familia
como en la sociedad; y, por supuesto, la escuela no es ajena a esto. Tanto el
"no" como los "limites" son parte constitutiva en la
estructuración subjetiva de la persona. Su ausencia trae consecuencias en esta
propia constitución. Hoy ni la familia ni la sociedad están dispuestas a ser
portadoras del "no" y de los "limites"; que en todo caso,
son "no" y "límites" que abren los "si" y las
"posibilidades".
La escuela queda como único agente de
portación de este elemento. ¿Está la escuela dispuesta a ocupar este lugar? ¿Está
presente está reflexión- opción en los que conducen y gestionan las
instituciones escolares? ¿Son conscientes de la necesitad de esta reflexión
profunda y constitutiva de la identidad escolar?
Parecería que se confunde “no” y “límites”
con sanción punitiva y no puede (quiere) verse la posibilidad de abre el no y
el límite para un niño y un adolescente. Esto en las instituciones escolares no
siempre está del todo claro: límite no es sólo sanción y límite no es sólo lo
que no podes hacer.
Entonces, y mirando desde la construcción
de la subjetividad del niño y del adolescente, estamos acompañando la formación
de personas con dos características que preocupan y que se ven en lo cotidiano
escolar:
1.-Muy baja tolerancia a
la frustración.
2.- Bajísimo tiempo de
espera.
La
frustración es un sentimiento que aparece cuando no conseguimos lo que queremos
o cuando nos suceden situaciones no deseadas. Las personas con baja tolerancia
a la frustración, tienen una sensibilidad excesiva hacia todo aquello que les
resulta desagradable. No toleran la
incomodidad, los contratiempos, las trabas o problemas. Todo aquello que no es
sencillo o que exigen un esfuerzo es dejado de lado, lo que me sale mal no
sirve, es desestimado y no es parte de un proceso de aprendizaje. No soporto lo
que no me gusta - lo que no quiero - lo que no me parece.
En cuanto al “tiempo de espera”, la paciencia
no es precisamente uno de los cultivos que más cuida esta sociedad. Ser
impacientes nos trae sufrimiento e insatisfacciones, ya que no nos permite
disfrutar porque estamos siempre pensando en el futuro y, cuando este llega,
rara vez es suficiente porque seguimos pensando en el siguiente futuro. No hay
posibilidad de opciones a mediano y a largo plazo (en todo sentido). Todo tiene
que ser ahora. Exigencias, pedidos, necesidades, deben ser rápidamente
satisfechas. Lo que es más preocupante es que opciones a mediano/largos plazos
son tomadas con este criterio de inmediatez. ¿Qué sucede después con estas
opciones? Son dejadas de lado, son desestimadas, no hay ejercicio de tolerar
que me salga mal y seguir adelante.
¿En qué
dirección podemos pensar hoy la intervención de la escuela?[3] Hoy
en día se hace necesario la presencia de una institución que cumpla y marque simbólicamente
la Función Paterna: instaure reglas,
ordene normas, haga cumplir leyes, establezca límites. La escuela debe brindar
esto no desde la necesidad de un orden disciplinar exterior y organizativo;
sino desde la necesidad que tiene el sujeto de configurarse internamente en su
deseo – y no en el puro placer.
Esta instauración posibilita un sujeto que
reingresa en una cultura y circula “sanamente” por ella; sino tendremos
“adultos niños caprichosos”, “adultos adolescentes inestables”, “adultos
adolescentes consumistas”, “adultos jóvenes indomables”, “adultos jóvenes
inmaduros o insatisfechos afectivamente”, … y ejemplos nos sobrarían. Cierto es
que no podemos tipificar y generalizar en esto que sostenemos. Pero si somos
fuertes en esta afirmación: nuestros alumnos están necesitados imperiosamente
de un espacio de referencia, de un lugar de validez de una ley, de un sostén
que los circunscriba, los ordene y, por lo tanto, los identifique consigo
mismo.
Estoy seguro que
esta es la función más importante que debe cumplir la escuela hoy. Y es, por
otro lado, la puerta de salida, a la crisis de la institución disciplinaria
moderna.
Hoy no es necesario
la escuela de la modernidad; es necesario una escuela que regule y subjetivíce;
que brinde y haga cumplir normas, que ordene y limite, que estructure y haga
circular el deseo: Esto trae como consecuencia mejor rendimiento escolar, menos
problemas de aprendizaje, menores índices de fracaso escolar, pocas manifestaciones
de violencia escolar, niños a gusto en la institución escolar, comprometidos y
partícipes del devenir cotidiano en el espacio donde aprenden y participan.
[1]
Cfr. Iván Ariel Fresia (2017); La trama y
la red. Mutaciones y figuras de la pastoral con jóvenes.
[2] Zigmunt
Bauman (2013); Sobre la educación en un
mundo líquido. Conversaciones con Ricardo Mazzeo
[3]
Marcelo Fabián Pablo (2010); “La escuela
mi segundo papá.” Breve reflexión sobre la necesidad de las normas y leyes en la sociedad contemporánea.
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